Tan conspicuos personajes estuvieron ausentes de los primeros debates, inclusive algunos de los cruciales. Pero han decidido aparecer en el que consideran su tema de dominio indisputable: las finanzas y el control de la petrolera mexicana. Quieren mostrar su autoridad y predominio en las decisiones estratégicas de gran nivel. Pero los hacendistas también acuden, no sin un dejo de su ya célebre soberbia y conocimiento, para defenderse de las acusaciones por haber incautado la tesorería de Pemex. Esta circunstancia es la que desata consecuencias perniciosas en la empresa petrolera: endeudamiento excesivo, deterioro de instalaciones, poca exploración, atraso tecnológico, abandono del mercado petroquímico y postración en otros muchos campos de la operación petrolera. Derivadas que han sido ya entendidas por amplias capas de la población y por sectores claves del cuerpo de legisladores que habrán de darle el toque final a la reforma bajo asedio.
Pero los hacendistas no se dan por vencidos en esta disputa que, juzgan, no sólo es por Pemex, sino por su sitial decisorio y, al final, por la conducción y propósitos del Estado mismo. Creen tener argumentos irrebatibles, datos tan duros como secretos que les dan esa envidiable condición de iniciados. Guardan, con las más torcidas llaves del misterio y el celo profesional, el ejercicio presupuestal bajo una discrecionalidad casi total. No hay castigos ni regulaciones de trasparencia que valgan ante sus criterios de secrecía, rayanos, para ellos, en la seguridad nacional. En lo que a Pemex concierne, los hacendistas la han rodeado de una maraña inescrutable de impuestos, beneficios, control de programas y demás parafernalia administrativa que la sujetan a sus designios y hasta a sus pasajeros caprichos.
Los hacendistas son, según esta historia, los verdaderos integrantes de la elite de gobierno, los de la última y pesada palabra, una clase superior en fin. Los hacendistas, y demás adláteres del gobierno que piensan de similar manera, saben de sus ventajas informativas y las han evidenciado ahora que entraron a la disputa abierta en el Senado. No han escogido a cualquiera para integrar su representación. Han hecho presencia los primeros niveles de su burocracia, los que juzgan mejor preparados para las réplicas y las defensas de sus posturas y ambiciones. De salida cuentan, porque ellos mismos los escogen, con los presidentes de las comisiones de hacienda y de presupuesto. Legisladores afines, colonizados por sus ideas, dispuestos a concederles primacía, oír sus dictados y defender sus intereses grupales antes que los de la nación.
Los hacendistas portan un cargamento con años de supremacía entre aquellos que ocupan lugares de privilegio en el cuarto de las decisiones cupulares del oficialismo. Se han impuesto, hasta con relativa facilidad, en el trasiego de las funciones públicas al través de años de pujas y enredos. Cuentan para ello con ventajas indudables. La primera es la aquiescencia y hasta subordinación que los cuerpos de políticos profesionales les han mostrado. Esta disposición voluntaria empezó desde los tiempos del priísmo decadente, allá por finales de los años 70, y se consolidó en los siete recientes del panismo primerizo, de visión simple y poca monta. La segunda es todavía más pesada. Los hacendistas saben del predominio cultural que sus similares externos asentaron en el ancho mundo con el pretexto de su ventajosa globalización. La tercera se la deben, con gusto y agradecimiento creciente, al respaldo que obtienen tanto de los poderosos núcleos financieros centrales (con sus agencias multilaterales) como de los cuerpos de presión internos.
Los hacendistas disponen de mecanismos adicionales para su reproducción en la cúpula del poder público y las usan sin miramientos o pruritos de soberanía. Recurren a solicitar el uso, en su auxilio, de las palancas de convencimiento que poseen y usan las trasnacionales de la energía. Priorizan, entre esas palancas, las interconexiones con los centros de poder metropolitano y los servicios de sus agentes locales (que son muchos y versátiles), ya sean éstos bajo el manto de consultores, centros de estudios o nombrándolos concejeros o socios minoritarios. Lo cierto es que, en muchos casos son, en efecto, coyotes encubiertos o simples tontos útiles a sus propósitos.
Crucial característica, en estos trasteos de las decisiones definitorias, es la rala legitimidad de los gobernantes panistas de la actualidad. Estos blanquiazules no alcanzan a situarse, siquiera, en las estribaciones de la realidad nacional. Dictan órdenes sin el menor contacto o consideraciones de corte popular. Ignoran, casi por completo, dónde están y que sienten, como viven, sufren y piensan los grandes núcleos de mexicanos. En especial aquellos por los que dicen preocuparse: los más desprotegidos, las legiones trashumantes que pululan por los barrios bajos, los que se amontonan en las amplias zonas deprimidas del país. Su discurso usa, como escudo difusivo y sustento conceptual, ante esa cruda realidad que los acosa, el bien común como su propósito último.
El oficialismo actual se integra por la conjunción de esta derecha política amparada en las siglas del PAN y la cúpula priísta. A este compacto agrupamiento se le añaden los hacendistas como su segmento privilegiado. Juntos, se han incorporado, en calidad de subordinados, a un modelo político que se ha enseñoreado en México desde hace más ya dos décadas y media. En los últimos años los rasgos negativos de dicho modelo se han recrudecido y muestra sus limitantes y malformaciones ante todos aquellos que, con honestidad mínima, trate de verlos.
Los hacendarios empezaron su envestida y defensa introduciendo la abundancia de recursos para inversión de Pemex en los años recientes (Pidiregas) y debido a las atingentes reformas promovidas por el panismo. Las pérdidas de la petrolera son, según su alegato, causadas por ineficiencias e incapacidades internas sin que por ello se identifiquen responsables. Puntos que la reforma de Calderón, según ellos, ofrece arreglar con las modificaciones al consejo de administración y otros órganos de control. Afortunadamente, la intervención de los hacendistas hará más trasparente, ante los ojos de los mexicanos, la nociva intervención de estos funcionarios, el de su ineficiente cobro de impuestos (su tarea fundamental) de sus íntimas ligazones con la más imperial conducta de las trasnacionales a las que quieren beneficiar y el uso casi mafioso de los llamados excedentes petroleros.